Un barrio de migrantes pekinés se convierte en una ciudad fantasma
Hasta hace unos meses la ropa colgaba de las ventanas, los niños jugaban en las calles y las mujeres cocinaban en el umbral de las puertas. Ahora la vida ha desaparecido de este barrio de Pekín donde vivían migrantes expulsados por el ayuntamiento.
Pekín se propone limitar su población a 23 millones de habitantes de aquí a 2020 (ahora hay unos 21) y quiere que se vayan los provincianos más modestos y menos cualificados.
El barrio de Houchangcun, en el noroeste de Pekín, forma parte de la miríada de zonas residenciales convertidas en los últimos meses en áreas fantasmales. El municipio obliga a cerrar o a demoler las construcciones que considera ilegales o peligrosas.
Las expulsiones se duplicaron desde noviembre, después de un incendio que causó 19 muertos en un suburbio. Las autoridades aprovecharon para decretar la demolición de algunos edificios considerados peligrosos.
Muchos habitantes tienen que hacer las maletas en pocos días, cuando no horas, en pleno invierno. Un método que causa malestar.
El país cuenta con decenas de millones de trabajadores de zonas rurales. Con frecuencia realizan trabajos mal remunerados como encargados de mudanzas, tenderos, transportistas, albañiles…Son el impulso económico del país pero se les trata como a ciudadanos de segunda categoría.
La nada
En agosto, en Houchangcun, los hombres todavía lavaban verduras, se cepillaban los dientes o se daban una ducha en medio de las callejuelas.
Las pequeñas casas de una planta donde vivían quedaron desiertas y las calles por donde antes correteaban los niños y circulaban las bicicletas y las motocicletas están cubiertas de basura y de hojas muertas.
Las puertas verdes y marrones están cerradas a cal y canto y precintadas con papeles blancos en los que se leen las fechas de expulsión.
Las mesas donde los migrantes colocaban sus cuencos y sus artículos de higiene desaparecieron. Los grifos fueron arrancados de las paredes.
Muchos de los habitantes sobrevivían haciendo mudanzas para otros. Zhang Zhanrong, una madre de familia treintañera había montado su propia empresa y empleaba a varios vecinos.
Vivía en una casucha de ladrillo de un solo cuarto con su marido y su hijo y servía la cena en una pequeña mesa, cerca de una cama y de un armario grande. Alguien se llevó la cocina que ella compartía con su vecina.
¿Ninguna indemnización?
Un matrimonio sigue viviendo en el barrio. Se pasan los días sentados sobre mantas.
“No tenemos calefacción. Hace más calor aquí, al sol”, explica el marido que no quiere dar su apellido. Dice que está a la espera de que le paguen su último salario de agente de la limpieza para irse de la capital.
La mayoría de los habitantes proceden de la misma aldea montañosa del municipio de Chongqing (sudoeste). Los expulsados aseguraron a la AFP que no habían percibido compensación alguna y que tienen pocas esperanzas de encontrar trabajo en su localidad de origen.
“Protestar no sirve de nada”, declara una mujer. “De todos modos tarde o temprano todo acabará desapareciendo”.